Aquí el texto que la gran Fernanda García Lao (fernandagarcialao.blogspot.com) escribió para la presentación de la novela.
Gracias totales a ella.
Gracias totales a ella.
FALSO CONTACTO, de Ana Ojeda
Por FGL
Lo primero que uno encuentra al abrir Falso
contacto es una estructura teatral de tres actos. Pero sabemos que no estamos
frente a una pieza teatral. Enseguida encontramos un prólogo y vislumbramos un
epílogo. ¿Serán paratextos sesudos, discursos periféricos escritos por un
tercero para vendernos las bondades de la novela? No, iniciada la lectura
descubrimos que el prólogo da cuenta de las vicisitudes de uno de los personajes
centrales frente a la apetencia. La madre de Quimey, una nenita con facilidad
para el desborde, la entrena en el arte de dominar el deseo, posponer el
presente con la idea de un futuro pleno de beneficios concretos. El que
resiste, es recompensado. Un paragüitas de chocolate se puede duplicar, siempre
y cuando, se consiga oprimir el llanto, sujetar el tiempo y domesticar la avidez golosa.
A la
manera de un leitmotiv o musiquita reiterada, Ana Ojeda planta en este prólogo lo
que será el eje de Falso contacto: la naturaleza tragicómica del goce y la
fractura de pasado y presente. “Quimey -escribe Ojeda- vivió a partir de
entonces dividida en dos…Nunca más supo de la potencia de una vida declinada en
un ahora sin orillas, puro presente sin proyección ni consecuencias”.
Uno de los disfrutes que depara la lectura
de Falso contacto es la profusión. Hay abundancia de personajes y de tiempos:
arrancamos en el 83, viajamos a principios de siglo, patinamos el 2001,
visitamos nalgas antiguas, coitos presentes, gozamos asistiendo a la rabia de un
orgasmo solitario en un puticlub inmundo o las deformaciones faciales insólitas
de Quimey en un hospital europeo. Leemos en un italiano algo torcido, seguimos
a un nipón becado en París, o asistimos a las peleas de Montescos y Capuletos
del barrio de San Cristóbal, rebautizados como Moliternos y Maranos.
Con detalle, pero también con cuerpos
sucios, desbordantes, patéticos, Ojeda logra instalar un paisaje muy porteño,
un aguafuerte en el que se cruzan Arlt y Lugones con la debacle financiera de
principios de este siglo. La migración convive con la roña del desempleo. No
hay ahora sin atrás.
Muy irrespetuosa de la experiencia vivida,
cerca de la imaginación, grotesca o histórica, Ojeda no se priva de nada. Salta
por encima del minimalismo, de la verosimilitud, y hace nido en el exceso. Pero
cae siempre bien parada, cual minino callejero.
Un acto es cada uno de las
fragmentos en las que se divide una obra teatral, más o menos clásica. Solían
estar separados por un oscuro, una pausa, por la caída del telón o
un intermedio. Los personajes de Falso contacto viven con esa
oscuridad a cuestas, con el telón a medias, pero con tal inquietud de futuro, que el lector estará a salvo de
nostalgias, chicanas o tercas vanidades literarias.
Tironeados por lo que los precedió,
esclavos de gestos familiares que los prefijaron, los personajes de Falso contacto
no logran hacer conexión. Son piezas en corto circuito. Igual de indóciles y
absurdos que cualquiera de nosotros.
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